Era un día acogedor, así como tantos otros donde compartí desde niño con mi noble maestro espiritual, siglos atrás, en lo alto de las montañas de Tibet.
Su nombre fue Chang: El más tierno y sabio maestro cuál firme en sus convicciones, principios y la razón del Ser.
Siendo yo un joven adulto, había alcanzado un alto grado de sabiduría gracias a su bien articulado y afable forma de enseñar.
Chang tenía una manera tan pragmática de explicar sus enseñanzas que hasta un niño lo podía comprender.
Ese día en particular sería mi último encuentro con Chang antes de partir al poblado y poner en práctica todo cuanto aprendí de él.
Estábamos a punto de tomar té, cual yo tanto valoraba así como la serenidad que me brindaba su compañía.
Estos fueron los días más memorables por ser cuando las más reveladoras lecciones fueron impartidas con las más conmovedoras e insuperables anécdotas.
En ese momento supe que habría de escuchar una última narrativa, o más bien ‘lección’ por mi ser querido, Chang, antes de yo partir.
Mientras Chang me servía el té, comenzó su narrativa con la peculiaridad que lo caracterizaba, donde yo no sabía cuando la historia iba a comenzar, y dijo así:
“Un día, un joven conejo entró por una madriguera sin saber a donde lo llevaría.
Ansioso por saber con lo que se podría encontrar, se adentró cada vez más profundo hasta encontrar la primer cueva.
Pasó de un túnel a otro y cueva tras cueva explorando todo cuanto podía mientras se encontraba asombrado y maravillado por todo cuanto descubría.
No tardó mucho para que el joven conejo se percatara de que cada túnel lo estaba llevando a todas partes, pero cada vez más lejos de su proceder.
Habiéndose encontrado perdido, el joven conejo se sintió atrapado, asustado y confundido. Intentó una y otra vez en buscar su camino de regreso, pero mientras más buscaba, mayor su confusión.
En su frustración, sintió remordimiento por todo cuanto hizo de sí mismo. Pero así mismo, sabía que tenía que encontrar el camino de regreso a casa antes de que se le hiciera tarde.
El sabía que tenía que encontrar la luz que emanaba por la entrada de la madriguera antes de que oscurezca, de lo contrario, tendría que permanecer ahí toda la noche.
Pero en un momento de lucidez, el conejillo comprendió que para poder regresar, no podía distraerse por nuevos túneles y aventuras, mas concentrarse en trazar el camino de vuelta a casa.
Sin más pensar, el joven rescindió de su temor, dio vuelta atrás y comenzó su recorrido según recordaba paso a paso su previo andar.
Libre de toda distracción, el juvenil conejo siguió recordando su camino de regreso aún sin saber cuanto más le quedaba por recorrer.
De pronto, el pequeño vio a lo lejos un umbral de luz y fue tras él. Sabía que esa luz provenía del Sol que tanto anhelaba ver alumbrando el camino de vuelta a casa.
Corrió todo cuanto pudo ante lo que parecía ser el túnel mas largo jamás cruzado. Según se acercaba a la luz, comenzó a distinguir que la luz que emanaba provenía de la entrada que aún recordaba haber tomado.
El novicio conejo se llenó de alegría y júbilo ante el inminente encuentro con su salida. Tan pronto tuvo la oportunidad de salir por el agujero de la madriguera, saltó cuanto más alto pudo y se prometió a si mismo nunca más entrar por la madriguera.”
Chang hizo una pausa, alzó la jarra de té, llenó parcialmente su copa, y luego de un sorbo continuó:
“La moraleja no es sobre entrar o no por la madriguera—aunque bien sabemos que no nos lleva a ninguna parte.
Es sobre no distraerse ante nuevas experiencias, que por ser fascinantes, te llevan a querer explorar aún más.
Es sobre el comprender que una vez elijas explorar nuevos horizontes, no debes olvidar el camino de regreso a casa.
Olvidar tu proceder mientras se quiera seguir explorando por el madrigal es como querer vivir en oscuridad cuando hay luz en tu proceder.
Si debes partir, hijo mío, nunca olvides tu proceder—no te pierdas en la madriguera.
Fin